lunes, 10 de marzo de 2014

Concientización

Concientización
Respecto a los últimos post me parece necesario puntualizar el sentido de una gastada palabra que viene muy a cuento. Se trata de “concienciarse” o “concientizarse”. Sin duda volveré a ello en numerosísimas ocasiones durante el curso académico que comienza en estos días acá en España. Es una cuestión que suelo tratar a fondo en mis clases y que responde a las inquietudes y preguntas de bastantes alumnos. Pienso tanto en la asignatura “Filosofía de la educación” como “Teoría e instituciones contemporáneas de la educación” para futuros maestros y pedagogos, y por supuesto, en los seminarios del curso de doctorado que he impartido sobre tolerancia y educación. Por eso, no voy a agotar el tema en la breve aclaración de las líneas que siguen, querido lector.
Creo que “concienciarse” o “concientizarse”, palabras que en estas líneas uso indistintamente, nos remite a quien en la pedagogía mejor lo explicó: Paulo Freire. Para él, como para algunos movimientos filosóficos y teológicos, resulta un concepto fundamental, pero que se presta, a mi juicio, a diversos malentendidos. Sobre todo, concientizarse es tomar conciencia de una realidad concreta de tipo social y existencial, percatarse de ella, verla casi como si fuera un objeto que tuviésemos ante los ojos. Esto no es fácil de conseguir. No se logra, y Freire lo recalcó en sus libros, siendo adoctrinados. No se toma conciencia de la propia realidad porque alguien nos la cuente o nos sermonee. De las pocas cosas que he aprendido en mis años de docencia es que el sermón vale de bien poco, como decía A. S. Neill, y apelo a esta experiencia bien real. Por la vía de alguien que en la plaza de un pueblo, pongamos por caso, larga un discurso en un mitin electoral no se logra más que reforzar una adhesión previa a un conjunto de explicaciones políticas o persuadir tendenciosamente, aun cuando el orador esté lleno de buenas intenciones y suelte verdades como puños. Éste es un gran peligro que incumbe de lleno a la enseñanza y que se puede sortear de distintas maneras que iré detallando en post posteriores. Hoy valga esta importante aclaración: un ciego no ve las cosas porque alguien se las describa. Tiene que verlas él mismo. A ese ver él mismo es a lo que podemos llamar concientizarse, o sea, a una especie de comprensión que nace de un esfuerzo prolongado. Porque implica una lucha y conquista personal de la libertad, de la autonomía del sujeto, y, como decía Paulo Freire, la libertad es un parto lento y doloroso.
Sé que la cosa queda así mal explicada, a medias y apenas dicha, pero el tema es bien difícil y complejo. Irá saliendo, como he dicho, en sucesivos post a lo largo del curso, con la ayuda de mis alumnos. En todo caso, creo que un ejemplo algo simplón que puede ayudar es el argumento de la película Matrix, que yo uso en mis clases. En ella hay un tal Morfeo que ofrece una decisión al protagonista principal: o sigue en el ensueño llamado Matrix, exento de problemas pero engañado, u opta por arriesgarse a vivir comprendiendo la verdad acerca de los seres humanos esclavizados, verdad dura, pero que es el precio de vivir libre. En cierto modo, dejando aparte el mesianismo malentendido del filme, su maniqueísmo y algunas otras historias raras asociadas a la trama, esto representaría, para mí, la labor propia del pedagogo: ayudar a las personas a hacerse libres. Pero ya hablaremos de ello, ya hablaremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario